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miércoles, 31 de diciembre de 2014

PLANTAS DE PODER Y SIMBOLOGÍA SEXUAL EN LA BRUJERIA MEDIEVAL

El uso de la magia sexual y de plantas alucinógenas del anillo de tropano (como la mandrágora y la belladona) por la brujería medieval derivó en la representación actual de una bruja volando en la noche con su escoba, a pesar del profundo misterio que ahí yace.

 
La mayoría de nosotros crecimos con la imagen caricaturesca de una bruja con su palo de escoba volando por la noche, probablemente despeinada y horripilante. Esta imagen mítica tiene un trasfondo simbólico sumamente interesante que más allá de esta versión pop oculta un profundo conocimiento farmacológico y una tradición esotérica que generalmente pasa desapercibida en un análisis superficial de la brujería como una mera superstición.
El misterio de la brujería occidental yace fundamentalmente en la sexualidad y en los alcaloides del anillo de tropano. Numerosos cronistas hablan del famoso ungüento para volar de las brujas. Según Johann Weyer  (1515–1588) esta cocción brujeril tenía como ingrediente principal el beleño negro (una planta que contiene hioscamina, al igual que la datura) y la belladona (atropina). Cuando la preparación era aplicada en los muslos y en los genitales inducía la sensación de volar. Se creía que las brujas volaban para encontrarse con el diablo en el Sabat y tener comercio carnal.
Esto nos lleva al simbolismo de la escoba, ya que es muy poco probable que un palo sirva como nave espacial. Algunas tradiciones sugieren que las brujas untaban el ungüento (“diabólico”) en estos palos y  se masturbaban con él para absorber las sustancias psicoactivas (mandrágora, beleño negro, belladona) por la mucosa (la vagina es un medio muy efectivo de ingestión farmacológica). Por otra parte existe la posibilidad de que estos “palos” hayan sido troncos de árboles sagrados, usados como símbolos del axis mundi (esta práctica se difundió mucho entre los druidas y es imitada por Stephen Dedalus en el Ulysses de Joyce). Tradicionalmente el axis mundi es el centro simbólico del mundo que une las dimensiones superiores con las inferiores, una especie de eje cósmico, pero también es representado como una escalera que permite ascender a las regiones del espíritu (el vuelo simboliza este ascenso espiritual o astral). En este sentido el palo de escoba, báculo o falo, es lo que le  permite a una bruja unir los mundos (como arriba, es abajo) y volar (en el éxtasis de la cópula que desprende su cuerpo)
En el antiguo paganismo se celebraba el hierosgamos, el matrimonio sagrado entre las fuerzas masculinas del Cielo y las fuerzas femeninas de la Tierra. Como parte de esta celebración ligada a la fertilidad, los sacerdotes y las sacerdotisas encarnaban en rituales a los dioses y a las fuerzas de la naturaleza, reviviendo así el eterno drama cósmico. Esto posiblemente hacía que algunas “brujas” representaran el papel de una diosa de la naturaleza copulando con dioses del cielo —y adorando el gran falo solar— para sucitar la fertilidad. Algunas brujas probablemente...
encarnaban el papel de “la prostituta sagrada” que servía como tierra fértil para las energías del cosmos (estos ritos son aún representados en el Wicca y en el neopaganismo). Esto seguramente hizo que la brujería fuera considerada una práctica demoniaca, ya que la sexualidad orgiástica era vista como la marca del diablo por la Iglesia Católica. Según una interpretación del Génesis bíblico, la serpiente  y el fruto prohibido del Paraíso son símbolos del sexo.
Por otro lado Francis Bacon (1561–1626) observó que las imaginativas brujas “se transforman en otros cuerpos [...] no por incantaciones o ceremonias, sino a través de ungüentos y de ungirse todo el cuerpo”. Esto nos lleva a la noción de que el vuelo de las brujas no es algo que ocurre literalmente, sino a través de una transmutación. Curiosamente, en su saga de chamanismo y antropología fantástica, Carlos Castaneda describe un episodio en el que se convierte en cuervo para realizar el vuelo chamánico después de fumar una perparación con diversas plantas, conocido como humito (un polvo preparado con hongos y otros misteriosos ingredientes), de manera similar al ungüento de las brujas o brebaje del diablo. Sobre la yerba del diablo, el toloache, Don Juan le dice a Castaneda: “La segunda parte de la yerba del diablo se usa para ver. Con ella, un hombre puede remontarse por los aires y ver qué está pasando en cualquier sitio que escoja”. Esto puede ser un hurto literario de Castaneda o un arcano milenario de proyección astral. ¿Acaso las plantas del anillo de tropano contienen una farmacopea que reiteradamente posibilita una disociación de la conciencia que se manifiesta como una proyección nagual, zoomorfismo de la identidad desdoblada? Curiosamente la mandrágora era conocida como “Circeium” por los griegos, en referencia a la hechicera que transformó en cerdos a los hombres de Ulises —siguiendo por ese puente nagual de transmutación alucinógena.
Existe otra coincidencia entre estas plantas en Europa y en América: la belladona, planta asociada a Hécate, diosa del inframundo y la magia, también se vincula popularmente para enamorar a una persona —muchas veces en contra de su voluntad— o por las “brujas” para convertirse en bellas mujeres jóvenes  —o en su imagen ante los ojos de otra persona. En algunas parte de Sudamérica se ha llegado a usar la burundanga (escopolamina) como una droga para violar a las mujeres que se sumen en un estado de sopor enajenado.
Todas estas plantas, en Europa y América, han recibido el apelativo de yerbas del diablo, acaso por su poder oculto y por su naturaleza nocturna, de númenes oscuros, los cuales también son parte del hombre y del mundo. Plantas de poder cuyo uso yace bajo un misterioso velo que, para rasgarse sin rasgarse también el alma o la conciencia y penetrar el ojo del dragón, se debe de tener un profundo conocimiento.
«—No. No me estás entendiendo. La yerba del diablo es tan poderosa como el mejor de los aliados, pero tiene algo que a mí en lo personal no me gusta.
»—¿Me puede decir qué es?
»—Malogra a los hombres. Los hace probar el poder de­masiado pronto, sin fortificar sus corazones, y los hace domi­nantes y caprichosos. Los hace débiles en medio de gran poder.
»—¿No hay alguna manera de evitarlo?
»—Hay una manera de superar todo esto, pero no de evitarlo. Quien se hace aliado de la yerba debe pagar ese precio» (Carlos Casteneda, Las Enseñanzas de Don Juan).
traducción: pijamasur 
Fuente original:

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